martes, 24 de mayo de 2011

Sentado en un avismo se haya la ecuación de la verdadera razón de estar aquí, sentada, en la doceava planta de un rascacielos, de un edificio más alto de lo que los psicólogos recomendaria a un suicida, a un depresivo, a un ave carroñera la gustaria ver este espectáculo de la noche. Pero aquí me hayo, sentada, contando las estrellas que permite ver la contaminación lumínica y las lágrimas que convierte todo en un cuadro dibujado a acuarelas, una obra de arte que solo los ojos ven y el corazón siente. Mi cabeza va a mil por hora, pensar en lo que haré en si deveria o no, todos y su suerte, la gente y sus ganas de vivir, su felicidad la que yo no consigo y ese afán de llorar por los muertos.
Por un lado pienso que la gente que se haya abajo, observandome, sacando fotos con flases imposibles y ruido de coches, sonidos indescriptibles a los cuales mis odidos no prestan atención. Me pongo en pie y una lágrima corre por mi mejilla, trazando el camino hacia el vacio o la evaporación, a saber. Mejor no pensar. Salto la valla que sirve para impedir que te caigas. Me quedo pegada de pies, en el borde, agarrado fuerte la barandilla. Me sudan las manos y el corazón se coloca en la garganta. En este momento es en el que deseo que alguien me garre del brazo y me diga alguna de esas palabras que reconfortan o un abrazo que sirva de consuelo, pero el tiempo pasa y yo sigo allí. El viento sopla, pero me da igual, solo son palabras escritas.
Suelto la barandilla en imediatamente mi cuerpo se lanza al vacio, suspiro, y me giro para no ver el suelo. Y en ese momento me maldigo, porque me arrepiento de haber visto otra vez mi vida, otra vez una película española de mala calidad.

Muerte.

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