viernes, 20 de mayo de 2011

La sonrisa se atraganta en un mar de pensamientos que quizá olvide algún día de estos. Un día de los mios, que no cambian, que no varian. Ojalá deje de cantar bajo la lluvia, sonreir bajo tus llantos y anelar tus abrazos. Pero aquí estoy, como siempre, sin perder ni un día, estoy destinada a pasar el resto de las horas, minutos ,segundos etc. a estar en este paraje. Abandonado de la mano de Cristo como quien dice. Pero lo prefiero, nadie molesta, nadie habla, solo oigo el ruido incesante de mis palabras que se convierten en un eco permanente d eun pasado que me gustaria tapar, tapar con libros, imágenes. Esto es rutina, y llega un momento que cansa, aburre. Lo único que veo variar son las hojas de los árboles frondosos, verdes, y alegres, frescos y sin más problemas que el de una posible tala que yo no dejaria que pasase. Este, mi santuario.
Quizá, me han dicho, que sea hora de dejar mi casa e ir a vivir a una ciudad llena de coches, ruidos y demás. Pero me niego, me niego a dejar atrás el caminar descalza en la Primavera: los pájaros de colores, las flores, los amores imposibles; Verano: Los colores rosaceos, las lluvias raras, las hojas de los árboles conteniendo los rayos de luz; Otoño: oir triscar las hojas bajo mis pies descalzos, ver los árboles desnudos y observar el cielo azul; el Invierno, mi amado invierno, mi banco de piedra blanca congelado, la nieve cubriendo la tierra y mi piel blanca mimetizandose con el entorno, Invierno, hora de verle, ver a mi lobo, a mi amor.

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